domingo, 21 de abril de 2024

Mañana será otro día. Capítulo 14: El cazador.



El cazador (The deer hunter, 1978)

Clairton, pequeña ciudad de Pensilvania. Años 70. Michael (Robert de Niro), Nick (Cristopher Walken), Steven (John Savage) y Stan (John Cazale) trabajan, al igual que la mayor parte de las personas de esta pequeña ciudad, en la empresa siderúrgica local. Son amigos, son obreros. Michael y Nick, íntimos, desean a la misma mujer, Linda (Meril Streep), pero será Nick el que se comprometa con ella.

Les encanta la fiesta. Una noche celebrando la futura boda de Steven, a altas horas de la madrugada, en el bar donde se reúnen casi a diario, comienza a sonar el tema musical Can´t take my eyes off you. Unos juegan al billar, otros están en la barra tomando cerveza. El ritmillo de la canción les hace mover sus cuerpos poco a poco. Primero uno, luego todos. Al llegar al estribillo, ninguno de ellos puede callarse y lo cantan a viva voz; unidos. Son amigos. Nos sentimos junto a ellos. Nos identificamos en la situación.

Ya en la boda nos adentramos en la mejor celebración vista frente a una pantalla de cine. Más imponente que la que presenciamos en El padrino. ¿Por qué mejor? Porque es real. No vemos a actores y a actrices. Vemos personas como nosotros. Encima de las más de cien personas que bailan y cantan, tres enormes fotografías de Mike, Steven y Nick. Los tres se marchan a Vietnam. Stan se queda. Allí, bailando y bebiendo, aparece un veterano de esta guerra. Se le ve diferente. No hay nada en él tras un rostro impenetrable. El grupo de amigos, absolutamente borrachos, lo observan con jolgorio. Quieren hablar con él. Él los mira y le dan pena. Solo acierta a decir una palabra como respuesta: “mierda”. Luego vuelve a beber.

A la cuadrilla también le gusta cazar ciervos. En las escenas de caza asistiremos a algunas de las más bellas fotografías que nos ha regalado el séptimo arte. Dios, qué bueno era Michael Cimino. Qué pena de carrera truncada. Subiendo montañas nos sentimos acompañados de la naturaleza, así como percibimos el fondo solitario de Mike (Robert de Niro).

En EL cazador (The deer hunter) hay tres películas en una. Tras la presentación de la cuadrilla, aparecemos en plena guerra del Vietnam. Así, de repente, pasamos de ver a Mike con un lanzallamas, a asistir a la captura de los tres amigos por los vietnamitas. Están perdidos. No tienen nada que hacer. Van a morir. Sus captores les obligan a jugar a la ruleta rusa.  Mike contra Nick. Uno contra uno, con un puñado de vietnamitas asistiendo a su muerte con un burdo juego del terror. No son actores, son personas sufriendo. Intentan salir de una situación límite, casi imposible. Cristopher Walken se llevaría el Óscar. Robert de Niro también lo merecía, como John Cazale, Meril Streep, John Savage... Robert de Niro, más duro que su Travis Bickle de Taxi Driver y su Vito Corleone de El padrino 2, logra matarlos a todos y escapar junto a sus compañeros. En la huida, Steven se cae de un helicóptero. Dice “no siento las piernas”. Esa cita es de esta película, no de Rambo.

Tercera parte de la película: el regreso. En el pueblo no ha pasado el tiempo. Casi todo sigue igual. Stan (Cazale) y los que se quedaron siguen bebiendo igual que como lo hacían.  Linda (Meril Streep) continúa esperando a los dos hombres de su vida. Uno regresa, Mike; pero no es él, sino una sombra de lo que fue. Tiene la mirada perdida y hundida del sargento veterano que habían conocido en otra vida. Es otro y, lo peor, es que no sabe quién es. Steven, sin piernas, destrozado, sobrevive en una residencia, lejano a la mujer con la que se casó, lejano a cualquier ruido, intentando no dormir. No quiere más pesadillas. La ciudad ahora es gris. Todo es gris.

Hay uno que no ha vuelto, Nick. Se ha quedado en Vietnam, acercándose al suicidio por un dinero que ni quiere. Encerrado, oculto entre unas experiencias de las que no sabe salir. Mike regresa a por él. Se lo había prometido en una noche de borrachera. “Si me quedo allí, vuelve a por mí”. Así lo hace, pero ya solo regresa con su cuerpo, para así poder enterrarlo.

Michael Cimino nos dice en El cazador que lo opuesto a la guerra no es la paz, sino la amistad. La cuadrilla a la cual acompañamos, en las intensísimas tres horas que dura el film, se rompe a causa de una maldita guerra. Una de esas que vemos en la televisión, hasta que toca de cerca. Una de esas en las que siempre sufren los mismos. Michael Cimino tocaría el cielo con El cazador. Luego, dos años después, el infierno con el descalabro de su magnánima y magnífica (sin los recortes que le hizo el estudio) La puerta del cielo.

El rodaje de El cazador estuvo marcado por la amistad y las relaciones del grupo de protagonistas. John Cazale estaba prometido con Meril Streep. Se querían.  Cuando la conoció (actuando ambos en la misma obra de teatro) le dijo a su gran amigo, Robert de Niro, “he conocido a la mejor actriz de la historia”. No se equivocaba. Cuando faltaban tres meses para comenzar a grabar la película, a John Cazale le diagnostican un cáncer de pulmón terminal. Tenía 42 años y todas las películas que había protagonizado eran obras maestras: La conversación, las dos partes de El padrino, Tarde perros…Pero a la productora no le importaba su currículum. En esas condiciones, no lo quería en la película. Sería un desastre si moría durante su rodaje. Lo quieren despedir. Meril Streep dice que si lo echan a él, ella también abandona el proyecto. A los productores no les importa, es una recién llegada a las pantallas. De repente, el mismo Robert de Niro, estrella absoluta de los años 70, dice que actuará en el fim con la condición de que John Cazale continúe en el proyecto. El estudio accede cuando De Niro costea el gasto de los costosísimos seguros por participar Cazale en estas condiciones. Un millón de dólares de la época. No le importaba, eran amigos. Grabaron de inicio, todas las partes de Cazale, para así no mostrar el evidente deterioro físico que avanzaba día a día. John Cazale murió cuando todavía no se había estrenado la película. Su prometida por aquel entonces, Meril Streep, contó lo que hizo Robert de Niro en la producción de El cazador muchísimos años después.  De Niro nunca había dicho nada. Sin duda, un buen tipo.

Amigos.

lunes, 15 de abril de 2024

Mañana será otro día. Capítulo 13: La primera profecía.

 

La primera profecía

“El niño ha muerto. Respiró por un momento. Luego dejó de respirar. El niño está muerto”.

Cualquier historia, sea literaria, sea cinematográfica, debe comenzar con la suficiente fuerza como para lograr que el receptor de esta ansíe saber, necesite conocer más. De esta manera tan estremecedora comienza The omen (La profecía) de Richard Donner.

La cita con la que encabezo la sección cinematográfica de hoy son los pensamientos de Robert Thorn, interpretado por un maduro Gregory Peck, el cual había perdido a su hijo en la vida real e hizo el film como forma de superar la tragedia. El señor Thorn es el embajador estadounidense en Roma. Acaba de perder a su bebé y su mujer todavía no lo sabe. Un minuto más tarde, un sacerdote vaticano, le ofrece una solución para mitigar el dolor de su esposa: adoptar un bebé y que esta, la cual no sabe que su retoño ha fallecido, dé por hecho que es el suyo. “Tiene suerte, Dios le ha dado un hijo”, le dice el sacerdote. Él acepta el trato y su mujer lo llamará Demian. El personaje de Lee Remick no sabe que el hijo no se lo ha dado Dios, sino el mismísimo demonio. Si ya es difícil criar a un hijo, imagínense hacerlo con la reencarnación del anticristo.

El director Richard Donner, nunca suficientemente reconocido, nos ha llevado a las salas de cine, a lo largo de diferentes décadas, con grandes películas de entretenimiento. Superman, Lady halcón, Los Goonies o la saga de Arma letal son algunas de ellas. En La profecía nos cuenta el terrorífico nacimiento del demonio, de Demian y su crecimiento en la burguesa familia Thorn. En el quinto aniversario del pequeño comienzan a suceder una serie de muertes brutales. Un ejemplo de esto es el suicidio de la niñera de Demian, en la misma celebración de cumpleaños de este, con decenas de niños de testigos.

La película, sin duda, era una de las tantas muestras de la libertad creativa, de las ideas expuestas sin miedos y sin complejos, que generaba la industria del cine en aquellos momentos. Películas como El exorcista o La profecía, estaban ideadas para abarrotar salas y aun así no se cortaban ni un pelo a la hora de reforzar el terror. No lo hacían con sustos, sino con terribles ideas como la de esta película. Repito, no puede haber nada peor que la crianza del hijo de Satanás.

La música del film original se llevó el Óscar a la mejor banda sonora del año 76. Jerry Goldsmith compuso en ella una música de mil demonios que, sin duda, es mejor no escuchar, a solas, en un cuarto oscuro. El “Ave Satani”, tema principal de esta, suena absolutamente aterrador casi cincuenta años después.

Pues bien, la película tuvo varias secuelas. La segunda y la tercera, cuando menos curiosas. También hubo un remake y una serie, ambas para obviar. Y a día de hoy, en plena fiebre de “asegurar los cuartos” de las productoras, donde en nuestras salas aparecen una y otra vez remakes o revisiones de películas clásicas, se estrenó hace una semana “La nueva profecía”, precuela de la película original.

Me acerqué a ella con cuidado. Tonto de mí, había ido hace unos meses a ver la nueva de El exorcista (El creyente) y me había encontrado con un bodrio de mucho cuidado. Al visionarla, me planteaba, una y otra vez, en qué se habrían podido gastar el presupuesto de 30 millones de dólares. Según se acercaba la fecha del estreno de esta primera profecía, me llevé la primera alegría al ver que la protagonista del filme era Nell Tiger Free, actriz que había seguido con interés en la notable serie de M. Night Shyamalan, “Servant”.

Pues bien, La primera profecía superó ampliamente mis expectativas (tampoco eran muchas, he de decir) y supone un buen regreso a la saga que, incluso, nos deja con ganas de más.

¿Por qué? A diferencia de la citada El exorcista: El creyente, se cree a sí misma. Intenta beber de la atmósfera de la película original y se compromete hasta el punto de intentar recrear esa Roma de principios de los 70, justo el momento en el que comenzaba la primera película de la saga. Esta precuela conoceremos a la madre y sí, también al padre de Demian. ¡Menudo bicho! La película, aun conteniendo escenas fuertes, sobre todo la del parto, con una vagina en primer plano, donde sale de todo menos un tierno infante, intenta jugar más a incomodar al espectador que a impactarlo visualmente. Gran acierto. También sabe inventarse un buen entramado para presentarnos “eso que no sabíamos” del origen del demonio. Todo bien engrasado. En la parte final, la cual empata con la película original, escuchamos, por fin, esa obra de arte musical llamada “Ave Satanis”. Sin duda, el mejor homenaje que podrían haberle dado a la obra del 76. La película, a los amantes del terror, nos deja gozosos. Con ella, regresamos al ambiente de la película iniciática, sin recurrir, como hacen tantas otras, a calcar escenas de las películas originales para embriagarnos de nostalgia (véase las nuevas películas de Los cazafantasmas).

La primera profecía se siente una obra única y yo, como espectador, lo agradezco. En la dirección, evidentemente, no está Richard Donner, pero Arkasha Stevenson se empeña en generar imágenes poderosas. La actriz protagonista sostiene en todo momento el filme y se pasea con gusto por un ambiente realmente enfermizo. Pegas las hay, claro, pero no como para desecharla. La historia, interesante y convincente, se apoya en un guion, en ocasiones, un tanto flojo. El tratamiento de algunos secundarios deja bastante que desear. Otro asunto que funciona a medias es la recreación de la época. Como dije antes, es apreciable el esfuerzo que han puesto en sumergirnos en esa Italia de principios de los 70 y el ambiente de un orfanato religioso. Aun así, en determinados momentos del film sentimos que la película hace equilibrismo para que algunas de esas escenas costumbristas no resulten ridículas. Por suerte, nunca llega a ser así.

La nueva profecía es una disfrutable película de terror, con momentos notables y siempre entretenida, digna sucesora de aquella joyita del género de terror protagonizada por el gran Gregory Peck.

lunes, 8 de abril de 2024

Mañana será otro día. Capítulo 12: Pat Garret y Billy el niño.


 

Pat Garret y Billy el niño (1973)

Todo el mundo, digo todo, conoce la icónica canción Knockin´on Heaven´s door. Sino es por su creador, Bob Dylan, es por la eléctrica versión de los Guns and Roses. Un tema que lleva acompañándonos toda la vida, nos pone los pelos de punta y, de alguna manera, con ella, acariciamos las puertas del cielo.

Lo que no sabe la mayor parte de las personas que la escuchan es que este tema musical fue creado por Bob Dylan para la película Pat Garret y Billy el niño (1973), a petición de su director Sam Peckinpah, para una escena determinada de esta.

La letra de la canción describe el momento de la muerte de un ayudante de Sheriff (Slim Pickens), fatalmente herido por la banda de Billy el niño. En la película, mientras suenan los primeros acordes de la canción, podemos ver a su mujer, Katy Jurado, tras su esposo, herido de muerte. El ayudante del Sheriff avanza hasta no se sabe dónde. Hacia un final que todavía no llega. Se sienta, por fin, junto al río mientras se desangra. La única intención, esperar con calma a la muerte. Katy Jurado se acerca. Se arrodilla a apenas dos metros de distancia. Katy lo mira mientras sonríe y llora a la vez. Él tiene miedo y, aun así, con su silencio, logra decirle “gracias por estar aquí”. No se hablan porque no hace falta. Solamente se escucha la hipnótica música de Bob Dylan, mientras negros nubarrones avanzan sobre sus cabezas.

Sam Peckinpah nos enseña el adiós como nadie lo había hecho antes. Con un ocaso tan bello como triste, nos regala una de las escenas más terriblemente maravillosas de la historia del cine. Pura poesía.

Sam Peckinpah (1925-1984) es uno de los grandes directores del séptimo arte. Tristemente, en la actualidad, no es lo suficientemente recordado y gran parte de su filmografía no es conocida por el gran público. Quizás Perros de paja y Grupo salvaje son sus películas que todavía, a día de hoy, se siguen viendo. Su alcoholismo, su adicción a la cocaína, su maltrato a los personajes femeninos en casi todas sus películas y su terrible temperamento han marcado su paso. También la continua lucha contra los grandes estudios, que mutilaron casi todas sus obras.

Una de las obras maestras de Sam Peckinpah es la que hoy traigo a mi sección dominical: Pat Garret y Billy el niño (1973). Debo de empezar diciendo que la versión que podemos encontrar en plataformas es el montaje recortado por los productores, de poco más de hora y media de duración, y que fue la versión estrenada en su momento en las salas de cine. Escarbando un poco por internet, podéis encontrar la versión de 1988 o la de 2005, ambas de alrededor de dos horas de duración, montadas a partir de notas del propio Sam, mucho mejores que esta.

La película comienza con la llegada de Pat Garret (James Coburn) a la guarida de Billy el niño (Kris Kristofferson). Ellos han sido amigos y compañeros durante años pero ahora algo ha cambiado, a Pat lo van a hacer Sheriff.  Por ello decide ir a visitar a su amigo Billy y pedirle que se largue del condado. Hablan de los años vividos. En cinco días deberá ir a por él y no quiere hacerlo. “Eso me lo exigen o me lo ruegan” pregunta Bill. “Te lo pido yo”, contesta Garret. “¿Cómo te sientes?”, dice entonces Bill. “Es como si los tiempos hubiesen cambiado” responde Pat. Billy el niño, contundente, acaba la conversación: “Los tiempos tal vez…Yo no”. Entonces, Pat Garret se marcha de la cantina y uno de sus secuaces le pregunta a Billy: ¿“Por qué no lo matas?” Este responde pensativo: “¿Por qué? Es mi amigo”.

Esta conversación resumirá, de alguna manera, todo lo que alberga esta obra tan poco reconocida. A la vez, son los temas más recurrentes en la filmografía del director. La amistad como principio y final de absolutamente todo, los finos límites de la ley, la belleza intrínseca de los perdedores y el paso del tiempo como una pesada carga.

Asistiremos junto a Alias, personaje interpretado de manera muy inocente y divertida por Bob Dylan, a la persecución y matanza entre viejos amigos. Presenciaremos el final del viejo oeste y la llegada de algo distinto, que no se sabe muy bien lo que es ni lo que será. Billy el niño, en este contexto, se agarrará al pasado sea como sea. No le importa morir. Bob Dylan, aparte de actuar, compone al completo la extraordinaria banda sonora del film, duodécimo álbum de su carrera.

Junto a El hombre que mató Liberty Valance de John Ford, esta es la película que ha sabido reflejar el crepúsculo del viejo oeste como ninguna otra. Cada una, a su manera, nos muestra el adiós a una época salvaje, terrible, pero también libertaria, donde el mundo y los bandidos podían llegar a ser muy grandes.

Pat Garret, en la última escena, localiza a Billy el niño. Es de noche, y Billy está retozando con una mujer en el dormitorio de la casa de un viejo amigo común. Pat espera que acaben. Nunca debe haber prisa para la muerte. Aparece junto a él un hombre desconocido, para él y para nosotros, (es el mismo Sam Peckinpah quien lo interpreta) y le dice, como si fuese su conciencia: “Por fin lo has conseguido, ¿eh? Acaba de una vez”.

Billy se encuentra, de repente, a Pat Garret frente a él. Sabe a lo que ha venido. Aun así, le sonríe antes de recibir su disparo mortal. Pat volverá a disparar, pero esta vez a un espejo que muestra su reflejo. Así, también se asesina a sí mismo, al que era, así como a toda una época, a una forma de entender el mundo que, aun siendo cruel y perverso, era el suyo.

Pat, una vez cumplida la misión de matar a su amigo, se aleja, con tristeza, hacia un nuevo amanecer. Tras él, un niño le lanza piedras por matar a uno de los suyos. Con los créditos subiendo por la pantalla y Bob Dylan cantando la canción de Billy, se cierra esta joya del cine que merece ser recuperada.

Pat Garret y Billy el niño nos muestra el corazón de Sam Peckinpah, casi siempre, oculto entre sangre y disparos de bala.